Comentario
Al igual que habíamos observado en el Neolítico, el proceso cultural europeo de incorporación a la metalurgia es radicalmente distinto al del Próximo Oriente. Durante mucho tiempo, y partiendo de criterios exclusivamente difusionistas, se defendió que la adopción de la metalurgia y los avances que ello podría conllevar se produjeron a partir de la llegada de gentes orientales portadoras de los mencionados avances. Sin embargo, hace años que basándose en tesis poligenistas y en los nuevos hallazgos y dataciones, se acepta la existencia en Europa de focos metalúrgicos independientes en fechas bastante tempranas, más antiguas que algunos de los lugares que se venían considerando sus predecesores.
En el área de los Balcanes se documenta el uso del cobre nativo durante el V milenio a. C. y, aunque los primeros objetos eran pequeñas piezas de adorno o pequeñas hachas que debían tener más un valor de prestigio que utilitario, representan el conocimiento que aquellas poblaciones tenían, de manera autóctona, sobre las técnicas mineras y metalúrgicas. Además, era una región en la que los anteriores grupos neolíticos se fueron asentando de una manera estable y poco a poco se fueron expandiendo por nuevos territorios, conociéndose núcleos de población relativamente grandes que, presumiblemente, se convirtieron en centros regionales que controlaban la producción y los posibles intercambios. Un ejemplo característico es el yacimiento de Vinça, poblado situado cerca de Belgrado, cuyo nivel inferior corresponde todavía a una etapa neolítica sobre la que se superponen los niveles calcolíticos.
La gran diferencia respecto al proceso cultural de Oriente es que aquí la fabricación y uso de piezas metálicas, asociado al crecimiento de la población, no estuvo asociado a un cambio cultural rápido y definitivo y no implicó el paso a la vida urbana y a la forma política del estado.
El segundo foco de metalurgia precoz en Europa, independientemente del anterior y del Próximo Oriente, se localiza en la Península Ibérica, concretamente en la región del Sudeste y en el sur de Portugal, durante el desarrollo del horizonte cultural de Los Millares donde a principios del III milenio aparecen las primeras producciones metalúrgicas.
Las huellas de estos primeros procesos, extremadamente rudimentarios, hacen pensar en su carácter local, puesto que la presencia de colonos orientales habría implicado el uso de unas técnicas más depuradas; a ello hay que añadir que la riqueza minera de la zona debió facilitar el conocimiento y la utilización de estos nuevos recursos. De ello se desprende que la incorporación al Calcolítico no se produjo en la Península de una manera uniforme, pues las tierras del interior y del norte, al igual que había ocurrido durante la neolitización, tardaron más tiempo en adoptar las nuevas técnicas y los cambios a ellas asociados.
El núcleo del Sudeste es el que primero evoluciona y en el que se pueden observar cambios evidentes. Tras la fase neolítica de la cultura de Almería, no demasiado bien sistematizada, se observa un indudable aumento de población documentado en los numerosos hábitats al aire libre sobre promontorios estratégicos, ahora ya mayoritarios frente a las cuevas, muchas de las cuales, sin embargo, siguieron estando habitadas; en algunos de los yacimientos, como en La Peña de los Gitanos (Montefrío, Granada), se observa una clara continuidad desde los niveles neolíticos hasta la aparición de la primera metalurgia calcolítica. Esta eclosión de poblados va marcando el territorio típico de esta cultura desde el sur de la provincia de Murcia (Cabezo del Plomo, en Mazarrón), a lo largo de la provincia de Almería (Los Millares, Almizaraque, Campos, Terrera Ventura, Cerro de las Canteras, etcétera), hasta la de Granada (Virgen del Orce, El Malagón, Montefrío, etcétera).
Aunque no se trata de grandes núcleos de población, pues su extensión no suele sobrepasar 1 ha., sí son exponentes de una nueva forma de poblamiento estable enraizado con su territorio circundante en los que, como señalan Delibes y Fernández Miranda, se ha invertido una gran cantidad de trabajo al construir las viviendas circulares con zócalo de piedra y, sobre todo, las grandes murallas que rodean su perímetro, así como la utilización de necrópolis asociadas a ellos que parecen indicar una continuidad y permanencia en el asentamiento.
Entre todos los yacimientos conocidos destaca el de Los Millares (Santa Fe de Mondújar, Almería) que da nombre a todo el grupo cultural y puede considerarse un ejemplo excepcional, puesto que su extensión sobrepasa las 4 ha. que podían haber albergado más de 1.000 habitantes. Está situado en la confluencia de los ríos Huéchar y Andarax, en una meseta elevada de gran valor estratégico sobre la que se construyeron sucesivamente, por el lado más accesible, hasta tres recintos defensivos formados por una muralla de casi dos metros de altura, con torres circulares y bastiones semicirculares adosados a ella. Además de las importantes fortificaciones que cercan el poblado, hay que añadir la presencia de hasta diez fortines, situados en las montañas próximas desde las que se divisa y controla el lugar. Estas construcciones están formadas por una torre central con los ángulos redondeados, rodeada de dos recintos amurallados con bastiones semicirculares semejantes a los del poblado y, finalmente, de un foso.
El tamaño del poblado y la solidez de sus estructuras hizo pensar a algunos autores que se trataba de una auténtica ciudad, pero si nos atenemos al sentido clásico y oriental del término, estos asentamientos distan mucho de aquéllos y en ningún caso su evolución cultural, asociada al inicio de una metalurgia precoz, supuso un rápido tránsito hacia modelos culturales complejos ni a su entrada en la Historia.
Además de las estructuras de habitación y defensivas, en los alrededores de la mayoría de estos poblados se han encontrado sus necrópolis correspondientes, con tumbas colectivas de carácter megalítico. Nuevamente es la del yacimiento de Los Millares una de las más representativas, ya que en ella se encontraron casi cien enterramientos.
Aunque se han identificado varios ejemplos de sepulturas, algunas cámaras simples o cuevas artificiales, el tipo más característico es el denominado tholos o sepultura construida con grandes piedras, formada por un corredor que daba acceso a la cámara circular, en ocasiones con nichos laterales, que cerraba en forma de falsa cúpula. El ritual empleado era el de inhumación, depositándose los cadáveres en la cámara acompañados del ajuar personal; también se han encontrado enterramientos en el corredor de acceso debido, sin duda, a la utilización de las sepulturas a lo largo de mucho tiempo.
Aunque las sepulturas colectivas megalíticas se vienen interpretando como representativas de linajes familiares iguales entre sí, las diferencias observadas en la cuantía y en la riqueza de las piezas de los ajuares, así como la existencia de tumbas más o menos complejas desde el punto de vista constructivo, han hecho pensar en una sociedad no totalmente igualitaria sino con una estructura más sólida en la que existían jerarquías de poder.
Aparte de este yacimiento emblemático ya hemos señalado la existencia de otros muchos poblados, entre los que cabría destacar el Cerro del Plomo (Mazarrón, Murcia) que conserva un recinto habitado rodeado de una muralla, con bastiones cuadrados y uno circular en cuyo interior se han localizado fondos de cabaña circulares con el zócalo de piedras. Cerca de Los Millares se ubica el poblado de Almizaraque, en la desembocadura del río Almanzora, con ocupaciones superpuestas desde el Calcolítico a la Edad del Bronce; conserva una gran construcción circular en el centro y restos de viviendas circulares y cuadrangulares.
En las tierras del interior podemos mencionar el poblado de la Virgen de Orce (Granada) con niveles calcolíticos, argáricos y del Bronce Final. En su fase millarense se han localizado las viviendas circulares con zócalo de piedra y la muralla de adobes con bastiones circulares; también se han identificado los restos de una acequia que parece confirmar la importancia que tuvo la agricultura de regadío y el papel que su control pudo tener a nivel tanto económico como social.
Casi la misma importancia cultural tuvo el foco del Suroeste portugués, centrado en la desembocadura del Tajo y paralelo culturalmente a Los Millares, donde destaca el poblado de Vila Nova de Sáo Pedro con estructuras constructivas semejantes, consistentes en dos recintos fortificados, con muralla de piedra y bastiones semicirculares. Igualmente es interesante el poblado de Zambujal, construido a lo largo de varias fases, que conserva una torre central rodeada de dos líneas de muralla con bastiones semicirculares y torres añadidas en los últimos momentos de ocupación.
La interpretación tradicional de todos estos poblados en altura y fortificados era considerarlos como enclaves coloniales, fundados por gentes mediterráneas que habían llegado a Occidente en busca de metal, teoría sustentada en parte por el supuesto paralelismo formal entre estas fortificaciones y los recintos amurallados de algunos poblados del Mediterráneo Oriental.
En los últimos años, sin embargo, se ha defendido la evolución local de todas estas sociedades que ya estaban asentadas en los mismos territorios durante las precedentes fases neolíticas y además se ha demostrado que muchos de los poblados buscaron estos lugares elevados de ubicación en momentos anteriores a la construcción de las espectaculares murallas, debido a la necesidad de controlar y explotar mejor nuevos recursos económicos; a pesar de esta defensa del autoctonismo, hay autores que piensan que es difícil explicar determinados elementos materiales sin aceptar algunos contactos e influencias venidos desde el exterior.
Hemos apuntado ya algunas notas sobre la economía de estas poblaciones y a modo de resumen podemos recordar que tradicionalmente se pensaba que habían surgido y crecido en función de la explotación del metal y que su localización, entre la costa y las minas del interior, demostraba la importancia que su explotación tuvo. Sin embargo, los trabajos de Gilman en el Sureste han demostrado la importancia que debieron jugar los recursos cercanos a los poblados, especialmente la explotación de las tierras circundantes. Analizó el paisaje de la zona, uno de los más áridos de Europa, y valoró la respuesta que los campesinos autóctonos podían haber dado a este medio en principio hostil; tuvieron que forzar la intensificación de algunos cultivos mediante el regadío, concentrándose la producción en zonas relativamente restringidas. Establece una clara relación entre este nuevo sistema de agricultura intensiva y la aparición de incipientes jerarquías a nivel social.
En el equipo material de todos estos yacimientos destaca la presencia de los primeros objetos metálicos de cobre, hachas planas, puñales triangulares, punzones y cinceles, de tecnología relativamente simple. Uno de los objetos más significativos del horizonte millarense son los ídolos, de distintas formas y tamaños, fabricados bien sobre piedra, bien sobre hueso y muchos de ellos decorados con motivos oculados y geométricos. La cerámica constituye también un elemento muy representativo, aunque algunas de las formas son claramente heredadas de las anteriores cerámicas neolíticas; muchos de los recipientes son lisos pero otros presentan decoración incisa formando nuevamente motivos oculados y estilizaciones de animales. La industria lítica sigue estando presente con algunas piezas de clara tradición neolítica como los geométricos y en cambio otras formas nuevas como las grandes láminas de retoque abrupto, las puntas de flecha triangulares de base cóncava, con o sin aletas, y las hachas planas o redondeadas de piedra pulimentada. Los útiles fabricados en hueso siguen utilizándose y aparte de los tradicionales punzones, agujas o varillas, aparecen placas, peines, cuentas de collar, etcétera.
En las restantes regiones peninsulares ya hemos dicho que no se produce el mismo fenómeno cultural; la adopción de la primera metalurgia del cobre es más tardía, no estando presente hasta el momento plenamente campaniforme, y ni siquiera el fenómeno megalítico tiene las mismas expresiones materiales, no encontrándose fuera del sur y sureste las famosas tholoi ni las galerías cubiertas, apareciendo los enterramientos colectivos en cuevas naturales o en dólmenes de estructura simple.
En Levante, que es la región más próxima al foco del Sureste, se han localizado algunos poblados calcolíticos que son una clara evolución de los anteriores asentamientos neolíticos, pero suelen ubicarse en terrenos llanos y carecen de fortificaciones. El único ejemplo más paralelizable que podemos mencionar es el de La Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia) pues aunque se trata de un poblado en llano, está rodeado de una muralla; este lugar de habitación no sobrepasa la media hectárea de extensión y conserva una potente estratigrafía que documenta un poblamiento desde finales del Neolítico hasta ya iniciada la Edad del Bronce.